El ascenso de la agroindustria
Con la irrupción del covid-19, la demanda global de los agroalimentos refuerza su marcha ascendente. China suma 400 millones de personas a la clase media y la Argentina desde el 2015 por sobre todo, es uno de los jugadores más importantes.
Pase lo que pase, si algo quedará en términos de comercio global después de la pandemia es que el mercado de agroalimentos, con énfasis puesto en China, continúa su etapa de ascenso histórico. Para consignar una información importante, unos 440 millones de personas nacidas en China, tienen hoy un poder adquisitivo similar al promedio de los estadounidenses, esto es unos u$s40.000 anuales. Es la nueva clase media a la que todos miran. Un mercado de demanda agroalimentaria que viene creciendo, pandemia incluida.
Hace unos días, el economista Dani Rodrik emitió un elogio al sector agropecuario argentino. Sostuvo que se trataba de un ejemplo de innovación. Sin embargo, también dejó algo para la polémica: dice este economista, muy seguido en todo el mundo, que ya pasó el tren de la industrialización para la Argentina. Que habrá que dedicarse a los servicios… Rodrik es uno de los economistas con más influencia en todo el mundo. De origen turco, es profesor de Política Económica Internacional en la Escuela John F. Kennedy de la Universidad de Harvard y sus ideas ostentan una postura muy crítica sobre la forma en la que se desarrolló (o involucionó) el capitalismo en los últimos 20 años. La afirmación de Rodrik pone a la Argentina en un lugar singular. La pregunta sobre los próximos años para el país, probablemente deberían descartar la disyuntiva. No es solamente el agro, es, como mínimo, la agroindustria, y a partir de allí todos los sectores que puedan sumar valor.
Está claro que el modelo económico no puede prescindir del agro, entre otras cosas, y más allá de su competitividad natural, por su indispensable aporte neto de divisas al desarrollo de toda la economía. De la misma forma, tampoco se puede prescindir de un avance en el desarrollo del sector de la energía (porque directa e indirectamente produce mejoras en la productividad). Rodrik plantea algo que, a todas luces, forma parte del debate, no ya de una disyuntiva: empleo-productividad. El agro aporta empleo en torno al 7% del total en la Argentina y las divisas del sector llegan por el equivalente al 5% del PBI. Si tomamos la participación sobre el PBI, es del 5%. Sin embargo, sería injusto considerarlo “bajo”: porque es cada vez más importante el sector industrial asociado al agro, donde los alimentos, y su exportación, traccionan mucha actividad y potencialmente será una de las grandes industrias de la Argentina. Eso debería entrar en el cálculo del profesor Rodrik.
Donde sí entienden de qué se trata es en el Consejo Agroindustrial Argentino, que esta semana presentó su plan a las autoridades políticas para aumentar las exportaciones y reactivar la economía. Fueron precisamente los referentes del sector agroindustrial los que pidieron a senadores de la Comisión de Agricultura, Ganadería y Pesca una ley para activar un plan de estabilidad que permita lograr, en los próximos años, exportaciones anuales por u$s100.000 millones -en la actualidad son por u$s65.000 millones- y 700.000 empleos. Todo, sin subsidios del Estado. El sector acusa recibo de todo lo que hace falta: herramientas de política institucional, de relaciones internacionales, impositivas, financieras y técnicas (con efectos fiscales neutros), que deberán aparecer tras la conformación de una Mesa Nacional Exportadora con áreas del Gobierno, que tendrá distintas aristas según requiera cada tema.
Como se dijo, el momento es singular. Las proyecciones hablan de una contracción global para la economía del orden del 3% este año, donde el ingreso per cápita de la población mundial (7.800 millones de personas) disminuiría 4%. Pensando en términos productivos, huelga señalar que si un sector se vio favorecido por la pandemia, ese sector fue el de alimentos cuya demanda se vio fortalecida, teniendo en cuenta su condición de productos esenciales. El dato a tener presente es que, siempre en clave universal, el consumo de alimentos se incrementó por arriba de los niveles de 2008-2009, en el pico de la crisis, ya que el nuevo virus impulsó una corrida de compras excepcionales de bienes alimenticios, con incrementos de entre 30% y 40%, respecto a lo más alto del ciclo de la última década. La reacción de los países fue parecida: todas las economías desarrolladas han tendido a garantizar y reforzar su producción agroalimentaria. En rigor, basta tomar algunos programas de asistencia financiera sectoriales, como el de u$s 19.000 millones que fue anunciado por el Gobierno de Donald Trump, o el de la Unión Europea (UE), que inyectó 30.000 millones de euros mediante su Fondo de Política Agrícola Común (PAC), donde Francia juega un rol protagónico, junto a Polonia y España.
El impacto de la pandemia tuvo varias consecuencias: bajó el consumo en restaurantes y subió en supermercados, por ende, se venden más los productos más baratos y menos los que tienen un valor importante como carnes, los vinos y también algunos lácteos. Argentina produce de todos ellos, pero es mucho más competitivo en los más básicos. Pero si hubiese que trazar una tendencia, habrá que decir que el covid-19 parece haber reforzado lo que venía insinuándose: en un contexto donde la economía de EE.UU. retrocedió 4,8% en el primer trimestre y 32% en el segundo, todas las miradas siguen en China. El gigante asiático, tras descender 6,8% en los primeros tres meses del año, se recuperó 3,9% en el segundo. Precisamente de allí viene una certeza: con millones de personas que se vuelcan cada vez más a demandar productos de la agroindustria, alimentos todos ellos, la Argentina tiene una oportunidad que podría concretarse. Dependerá de las medidas que tome Alberto Fernández.